Todo lo que no fuera la "posición de misionero", por ejemplo, se consideraba anormal y, por lo tanto, un pecado, según la Iglesia. La mujer en encima del hombre, o practicar el sexo estando el hombre detrás de la mujer no era permitido por la Iglesia porque iba en contra del ‘orden natural’ de las funciones de hombres y mujeres.
El sexo anal y el sexo oral eran considerados como pecado porque su práctica era única y exclusivamente por placer, no por la procreación, que para los puristas, era el único propósito de las relaciones sexuales.
Los castigos para los que practicaban el sexo en posiciones que consideraban "desviadas" llegaban a ser muy duras: tres años de penitencia para la mujer si hacia el amor encontrándose ella sobre el hombre y la pena para el sexo oral y o si era el hombre quién lo hacia detrás de la mujer, siendo estas las posiciones más castigadas.
Estas fueron las ideas oficiales de la Iglesia, pero algunos teólogos progresistas empezaron a cuestionarlas.
Albertus Magnus denomino cinco posiciones sexuales y las clasificó de la más a la menos aceptable:
1. El misionero
2. De lado (o la ‘cuchara’ como se le conoce hoy en día)
3. Sentados
4. De pie
5. Por detrás.
Magnus añadió que la postura del misionero era la única posición completamente "natural" de todas que eran "moralmente cuestionables, pero no mortalmente pecaminosas". Para él, en determinadas situaciones, sin embargo, como la obesidad extrema, las otras posiciones podrían ser no sólo aceptables sino incluso prácticas.
Lo más curioso de este asunto es pensar en que lo descubrieran a uno con las ‘manos en la masa’, ¿quién podría ser el encargado de espiar y delatar el pecado?... en fin, cosas curiosas de la historia.
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