Al parecer, según la truculenta leyenda, este príncipe gustaba de celebrar sus antropófagas comidas al aire libre, rodeado de sus víctimas aún vivas (a las que clavaba de pies y manos en un tablero para que la agonía durase más), regando cada plato con la sangre de los infelices, convencido de que esto le daba fuerza y poderes sobrenaturales.
En diversas ocasiones, dio crueles escarmientos en ciudades que se le oponían, llegando a mandar a matar a más de 25.000 personas. Hacía decapitar a los prisioneros turcos, asando sus cabezas y dándoselas a comer a otros prisioneros. Un día, hizo hervir vivo a un gitano y se lo dio a su familia para que lo comiesen.
En otra ocasión, una concubina suya aseguró estar embarazada; el príncipe Vlad hizo que abrieran su vientre para comprobarlo, con las consecuencias lógicas… Su morada en lo alto de un monte, conocida como Castillo Drakula (‘’Demonio’’ en rumano), sugirió el nombre de su novela y el del personaje literario a Abraham 'Bram' Stoker (1847-1912), escritor que conoció su historia gracias a un curioso documento que, al parecer, encontró en el Museo Británico.
Por Ángel Daniel Fernández @andafero
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