En condiciones óptimas de salud, estos ruidos y movimientos son totalmente normales y son consecuencia de los procesos digestivos y de los mecanismos de limpieza intestinales. Cuando se acumulan gases en exceso, estos movimientos los van dirigiendo poco a poco hacia su punto de salida natural, provocando esos indeseados y muchas veces inoportunos gases que expulsamos al exterior.
Cuando llevamos más tiempo sin comer del que deberíamos y nuestro estómago está vacío, comienza una cascada de reacciones químicas en nuestro cuerpo que provocan respuestas fisiológicas que indican que es necesario comer. Así, se liberan hormonas encargadas de despertar la sensación de hambre, estimulando impulsos nerviosos que envían una señal al cerebro.
Este lo primero que hará será enviar la orden de “limpiar” los intestinos, asimilando los últimos restos de comida que puedan quedar. Para esto, se activan y se contraen los músculos del intestino, aumentando los movimientos peristálticos y provocando ruidos que son muy audibles en el exterior, ya que al estar vacío el tracto digestivo, el sonido se propaga mucho mejor.
Los movimientos gastrointestinales son continuos y siempre tenemos sonidos en nuestro vientre, los cuales podemos escuchar si ponemos el oído en la barriga de cualquier persona durante unos segundos. Lo más común es que sean discretos, pero además del hambre, otras situaciones pueden incrementar la peristalsis y despertar borborigmos muy audibles. Esto puede ocurrir, por ejemplo, ante situaciones de estrés, ansiedad, o cuando tenemos dificultades para digerir un alimento.
En contextos más graves como en casos de obstrucción intestinal, infecciones de diversos tipos, hernias o desequilibrios químicos, la alteración de la frecuencia y la intensidad de los borborigmos pueden ser importantes para emitir una alerta temprana que indique a los especialistas la existencia de un problema médico.
Fuente: Ojo Científico
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