No se dejaba cortar el cabello ni las uñas ante el temor de que aumentasen sus males, por lo que las uñas de los pies le crecieron tanto que no podía casi caminar. Se mordía continuamente los brazos de ansiedad e, incluso, se creía muerto, preguntando por qué no había sido enterrado.
En otras ocasiones, afirmaba que carecía de brazos y piernas. Su comportamiento fue cada vez más y más extravagante: ordenaba abrir las ventanas en pleno invierno; se envolvía en las mantas en verano, y algunas noches se creía convertido en rana.
Su locura lo llevó a temer ser envenenado con una camisa (sic) y desde entonces pasó un año entero sin mudarse. Después optó por razones de seguridad por vestir únicamente camisas usadas de su esposa, Isabel de Farnesio.
Por Ángel Daniel Fernández @andafero
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