Aquel día, Franz Reichelt, vestido con sombrero y luciendo un enorme bigote al estilo parisino de la época, posó orgulloso ante las cámaras saludando a la audiencia incrédula y curiosa.
En el pretil de la torre Eiffel, Franz se subió a una silla que a su vez se encontraba sobre una mesa, abrió sus alas observándolas sin mucha convicción, agitó sus brazos –quizás comprobando la fortaleza de las costuras e hilvanes de fabricación propia- . Posó el pie derecho en la barandilla, miró a la cámara y abrió un poco los brazos.
Miró al vacío, al parecer, dispuesto a lanzarse. Nervioso y dubitativo hace varios movimientos como quien se prepara para el gran despegue. Es entonces cuando Franz Reichelt dudó, dudó mucho. En ese momento se percibe su arrepentimiento ante tal absurda aventura.
Al parecer pensó en bajarse a suelo firme y volverse a casa andando, tranquilamente. Pero no pudo, había congregado a los pies de la torre a una gran multitud deseosa de ver su salto, avisó a los medios de comunicación y luchó por conseguir el permiso policial frente a la oposición de las autoridades de la torre.
Entonces Franz flexionó las piernas y se lanzó al vacío, cayendo desplomado desde la torre al suelo. Al contactar con la tierra se levantó una nube de polvo.
La autopsia declaró que Franz Reichelt había muerto de un ataque cardíaco antes de tocar el suelo.
@daormazabal para @Culturizando
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