Tras la muerte de Cayo y Lucio, los herederos al trono, fue llamado por el emperador y nombrado sucesor, a condición de que adoptase a su sobrino Germánico. Tras una serie de nuevas campañas en Germania, a la muerte de Augusto fue nombrado emperador.
Los historiadores romanos interpretaron su etapa como gobernante de forma ambivalente: por un lado se le reconocieron su capacidad administrativa y su habilidad de gobernante, pero por otro, su personalidad difícil y desconfiada, que le llevó a desencadenar persecuciones contra todos aquellos que podían enfrentarse a él, generó a su alrededor la imagen de un tirano cruel.
La muerte de Germánico, acaecida en extrañas circunstancias, la persecución de la que fueron objeto otros notorios miembros de la familia imperial y los procesos de lesa majestad abiertos contra la élite senatorial, atrajeron sobre él una gran impopularidad, agravada por su decisión de abandonar Roma y gobernar desde su lugar de retiro en Capri.
La ausencia del emperador otorgó gran poder a Sejano, el prefecto del pretorio, que utilizó su posición para reprimir duramente a sus enemigos políticos e incluso asesinar a Druso, el hijo de Tiberio, para facilitar así su propio camino al trono. Desenmascarado por Tiberio, Sejano cayó en desgracia y fue ejecutado. Al morir, Tiberio dejó a su sucesor, Calígula, una institución imperial consolidada, con las arcas llenas y las provincias en paz.
Con información de: biografiasyvidas.com
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