Empezó con ratones, de los que constató que tardaban apenas 30 minutos en disolverse por completo en ácido sulfúrico, y decidió continuar sus experimentos con mamíferos de mayor tamaño.
En febrero de 1949, Haigh residía en el hotel Onslow Court de South Kensigton, en Londres. Allí intimó con Olive Durand-Deacon, una acomodada viuda sesentona. Ella le habló de una idea para fabricar uñas artificiales, y Haigh la invitó a visitar su almacén dónde, según dijo, contaba con sustancias que quizás le fuesen de ayuda.
Viajaron hasta Crawley en su auto. En el almacén había numerosas garrafas de ácido y una bañera preparada para contener materiales corrosivos. Haigh mató a la señora Durand-Deacon de un tiro en la nuca, despojó el cadáver de todos los objetos de valor y se aprestó a disolverla en ácido, un proceso que se prolongó durante varios días.
En calidad de amigo conocido de la señora Durand-Deacon tuvo que denunciar su desaparición. La policía sospechó de inmediato, ya que Haigh tenía un historial delictivo.
En el registro del almacén encontraron el arma del crimen y un recibo del abrigo de la víctima, que Haigh había llevado a una tintorería en Reigate.
En el exterior del almacén aparecieron nuevas pruebas irrefutables: fragmentos de huesos humanos y otros restos que posteriormente fueron identificados como pertenecientes a la señora Durand-Deacon.
Tras ser acusado de su muerte, Haigh confesó ser el autor de otros ocho asesinatos, aunque finalmente se le pudieron atribuir solo cinco. Hizo un intento desesperado y fallido por organizar una defensa aduciendo enajenación y afirmando que había matado sólo “para beber la sangre de sus víctimas”. No obstante, la evidencia de que había matado para obtener beneficios materiales era abrumadora, y fue condenado por asesinato y ahorcado un mes después en la prisión de Wandsworth.
Espera pronto una nueva entrega con otro de los @HorroresHumanos, que nunca deben ser olvidados, para así jamás ser repetidos.
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