Se puede incluir dentro del marco de actos que realizó el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán para apoderarse de todas las estructuras del Estado alemán. Muchos de los que fueron asesinados esos días pertenecían a las Sturmabteilung (SA), una organización paramilitar nazi. Adolf Hitler se opuso a las SA y a su líder, Ernst Röhm, porque el dirigente alemán percibía la independencia de las SA y la inclinación de sus miembros hacia la violencia callejera como una amenaza contra su poder.
Hitler, además, quería el apoyo de los jefes de la Reichswehr, la organización militar oficial de Alemania, que temían y despreciaban a las SA y, en particular, la ambición de Röhm para que las SA absorbieran a la Reichswehr bajo su liderazgo. Finalmente, Hitler usó la purga para atacar o eliminar a los críticos con su régimen, especialmente contra aquellos que eran leales al vicecanciller Franz von Papen, y para vengarse de sus antiguos enemigos.
Murieron al menos 85 personas durante la purga, aunque el número total de fallecidos pudo ascender a cientos, y más de mil oponentes al régimen fueron arrestados. La mayor parte de los asesinatos los llevaron a cabo las SS (Schutzstaffel), un cuerpo de élite nazi, y la Gestapo (acrónimo de Geheime Staatspolizei: ‘policía secreta del Estado’), la policía secreta del régimen. La purga reforzó y consolidó el apoyo de la Reichswehr a Hitler, aportando fundamentos jurídicos al régimen, ya que las cortes alemanas rápidamente dejaron a un lado cientos de años de prohibición de ejecuciones extrajudiciales para demostrar su lealtad al régimen.
Antes de la ejecución, quienes la planearon se referían a ella como «Colibrí» (en alemán, Kolibri), ya que esta era la contraseña que se usaría para enviar a los escuadrones de ejecución el día elegido.
Parece ser que el nombre en clave de la operación fue elegido arbitrariamente.
La frase «Noche de los cuchillos largos» en alemán es anterior a esta masacre y se refiere en general a cualquier acto de venganza. Su origen podría estar en la matanza de los hombres de Vortigern por los mercenarios anglos, sajones y jutos del mito del rey Arturo, que recibió el mismo nombre.
Actualmente, los alemanes aún usan el término Röhm-Putsch (Golpe de Röhm) para describir este suceso. Este es el nombre que usaron durante el régimen nazi para indicar que los asesinados tenían que ser necesariamente eliminados para evitar un golpe de Estado. Muchos autores alemanes suelen entrecomillar este nombre o nombrarlo como el así llamado «Röhm-Putsch».
Aproximadamente a las cuatro y media de la mañana del 30 de junio de 1934, Hitler y su entorno volaron a Múnich. Desde el aeropuerto se trasladaron al Ministerio del Interior de Baviera, donde se reunieron con los líderes de las SA responsables de los disturbios que se habían producido la noche anterior. Enfurecido, Hitler arrancó las charreteras de la camisa de Obergruppenführer de Schneidhuber, el jefe de la policía de Múnich, por haber fallado en su misión de mantener el orden en la ciudad. Schneidhuber fue ejecutado el día siguiente. Mientras los «camisas pardas» eran conducidos a la cárcel, Hitler reunió a numerosos miembros de las SS y de la policía y fue al Hotel Hanselbauer (actual Lederer am See), en Bad Wiessee, donde Röhm y sus seguidores estaban esperando.
En Bad Wiessee, Hitler en persona arrestó a Röhm y otros altos cargos de las SA. Según Erich Kempka, uno de los hombres presentes en la redada, Hitler encontró a Röhm con dos detectives portando sendas pistolas con los seguros quitados, y las SS encontraron al líder de las SA de Breslau, Edmund Heines, en la cama con un soldado de las SA de 18 años.
Goebbels hizo hincapié en estos datos en la propaganda posterior para justificar la purga como un golpe a la inmoralidad. Tanto Heines como su compañero fueron asesinados en la habitación en la que fueron descubiertos por orden directa de Hitler. Mientras tanto, las SS arrestaban a un gran número de jefes de las SA cuando bajaban del tren que habían tomado para acudir a la reunión con Röhm. El comandante de las SA en Berlín, Karl Ernst, fue ejecutado por participar en la supuesta conspiración, aunque en ese momento se encontraba pasando la luna de miel.
El hecho de que no hubiese existido en ningún momento ningún plan de Röhm para derrocar al régimen, no evitó que Hitler denunciase a los líderes de las SA. Al volver a la sede del partido en Múnich, Hitler se dirigió a la gente allí congregada. Consumido por la rabia, Hitler denunció «la peor traición de la historia». El canciller contó a la muchedumbre que «los sujetos indisciplinados y desobedientes y los elementos asociales y enfermos serían inhabilitados».
El gentío, que incluía a numerosos miembros de las SA que habían conseguido escapar de las detenciones, aplaudieron estas palabras. Hess, presente entre la multitud, incluso se ofreció voluntario para disparar él mismo a los traidores. Goebbels, quien había estado con Hitler en Bad Wiessee, puso en marcha la última fase del plan. Cuando volvió a Berlín, telefoneó a Göring y le dijo la palabra clave, Kolibri, para ordenar la salida de los escuadrones de ejecución en busca de sus víctimas desprevenidas.
El régimen no se limitó a purgar las SA. Habiendo encerrado previamente en prisión o exiliado a los más destacados líderes socialdemócratas y comunistas, Hitler aprovechó la ocasión para actuar contra los conservadores, en los que consideraba que no podía confiar. Entre ellos figuraban el vicecanciller von Papen y los de su círculo más cercano. En Berlín, una unidad armada de las SS irrumpió en la vicecancillería por orden de Göring.
Franz von Papen |
Oficiales de la Gestapo que acompañaban a este grupo de las SS dispararon al secretario de von Papen, Herbert von Bose, sin molestarse en arrestarlo primero. La Gestapo detuvo y posteriormente ejecutó a Edgar Jung, el autor del discurso de von Papen en Marburgo y se deshicieron de su cuerpo enterrándolo en una zanja.
La Gestapo también mató a Erich Klausener, el líder de Acción Católica, muy cercano a von Papen. El vicecanciller fue arrestado asimismo pese a sus protestas de que él no podía ser detenido. Aunque Hitler ordenó que fuese puesto en libertad pocos días después, von Papen no volvió a atreverse a criticar al régimen nazi.
Hitler, Göring y Himmler también enviaron a la Gestapo contra sus enemigos personales. Kurt von Schleicher, el canciller que había precedido a Hitler, y su mujer fueron asesinados en su casa, como también lo fueron Gregor Strasser, un antiguo nazi que había enfadado a Hitler al salirse del partido en 1932, y Gustav Ritter von Kahr, el antiguo staatskomissar (comisario de Estado) de Baviera que acabó con el golpe de Estado de 1923.
La muerte de von Kahr fue especialmente cruel: su cuerpo fue hallado en un bosque fuera de Múnich; había sido golpeado con picos hasta la muerte. El asesinato incluyó, al menos, una víctima accidental: Willi Schmid, el crítico de música del Münchner Neuste Nachrichten, un periódico de Múnich. La Gestapo lo confundió con Ludwig Schmitt, un antiguo seguidor de Otto Strasser, el hermano de Gregor Strasser. Esta ola de violencia desmedida fue uno de los motivos por los que se temía a la Gestapo como policía secreta nazi.
Ernst Röhm |
El 2 de julio, a instancias de Hitler, Theodor Eicke, comandante del campo de concentración de Dachau, y el oficial de las SS Michel Lippert visitaron a Röhm. Una vez dentro de la celda de Röhm, le tendieron una pistola cargada y le dijeron que tenía diez minutos para suicidarse o que ellos lo harían por él. Röhm objetó que «si tenía que morir, que lo hiciese Hitler en persona». Al no haber oído ningún disparo en el tiempo acordado, volvieron a la celda y lo encontraron de pie y con el pecho desnudo, desafiándolos. Lipper le disparó a quemarropa.
Como la purga había costado la vida a tantos alemanes importantes, fue imposible mantenerla en secreto. En un principio, sus ideólogos no se pusieron de acuerdo en cómo manejar el asunto. Göring ordenó a la policía quemar todos los documentos relacionados con la masacre. Goebbels, por su parte, intentó evitar que los periódicos publicasen las listas de muertos, aunque el 2 de julio usó la radio para describir cómo Hitler había evitado que Röhm y Schleicher diesen un golpe de Estado y llevasen al país al caos. El 13 de julio, Hitler justificó la purga en un discurso retransmitido a nivel nacional al ejército:
«En esta hora yo era responsable de la suerte de la nación alemana, así que me convertí en el juez supremo del pueblo alemán. Di la orden de disparar a los cabecillas de esta traición y además di orden de cauterizar la carne cruda de las úlceras de los pozos envenenados de nuestra vida doméstica para permitir a la nación conocer que su existencia, la cual depende de su orden interno y su seguridad, no puede ser amenazada con impunidad por nadie. Y hacer saber que en el tiempo venidero, si alguien levanta su mano para golpear al Estado, la muerte será su premio.»
Interesado en presentar la masacre como una actuación legal, Hitler consiguió que su gabinete aprobase un decreto el 3 de julio en la que se declaraba que «las medidas tomadas el 30 de junio, el 1 y el 2 de julio para evitar asaltos traicioneros son legales como actos de autodefensa por parte del Estado».
El ministro de Justicia del Reich, Franz Gürtner, un conservador que había sido ministro bávaro de Justicia durante la República de Weimar, demostró su lealtad al nuevo régimen redactando el decreto, lo que concedió carácter legal a la purga. Fue convertido en ley por el ministro del Interior, Wilhelm Frick.
La «Ley Referente a Medidas de Autodefensa del Estado» legalizaba retroactivamente los asesinatos cometidos durante la purga. La fuerza legal del régimen se hizo más importante cuando el principal jurista de Alemania, Carl Schmitt, escribió un artículo defendiendo el discurso del 13 de julio de Hitler. El artículo se titulaba «El Führer defiende la Ley».
La noche de los cuchillos largos representó el triunfo de Hitler y un punto de inflexión en el gobierno alemán, estableciéndose la figura del canciller como «juez supremo del pueblo alemán». Posteriormente, en 1942, Hitler adoptó formalmente este título. Se suprimieron las leyes que prohibían los asesinatos extrajudiciales. Pese a algunos esfuerzos iniciales de algunos fiscales de tomar acciones legales contra aquellos que llevaron a cabo los asesinatos, las cuales fueron rápidamente anuladas, parecía que ninguna ley podría limitar a Hitler el uso del poder. La Noche de los cuchillos largos también sirvió para enviar un claro mensaje al público de que ni los alemanes más destacados eran inmunes al arresto o incluso la ejecución si el régimen nazi los consideraba una amenaza.
Espera pronto una nueva entrega con otro de los @HorroresHumanos, que nunca deben ser olvidados, para así jamás ser repetidos.
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